martes, 5 de marzo de 2013

aunque tú no lo quieras ver.


Todo se ha roto. Ya no hay ni palabras ni nada que pueda llegar a hacernos pensar que podemos salvarnos. El barco se hunde y ambos estamos en él. Y lo que pasa es que yo no quiero soltarme y que me devore el mar, pero parece que tú lo estás deseando… Y eso que era yo el masoca al que le gustaba que su vida fuera como una montaña rusa.

Todos me dicen que sude de ti. Que ya no me quieres y que estás pasando página. No dejan de bloquear mis emociones y pensamientos con palabras que en realidad  no me dicen nada. Quiero sacarte de mi interior, que desaparezcas para siempre y no tenga que volver a pensar en ti. Suena muy fácil decirlo, pero no lo es. Y me persigues en mis mejores sueños y peores pesadillas. Miento. No son pesadillas si tú sales en ellas.

Hoy vuelve a llover y no dejo de pensar que parece que el tiempo lo esté haciendo a propósito. Que llego a casa de la universidad y tú no estás esperándome. Sé que es mi culpa por acostumbrarme a dicha sensación y a tenerte siempre cerca, pero ahora lo estoy pagando y me duele todo el cuerpo de pensar en lo lejos que estás. Hay días en los que estoy mejor y me da la impresión de que voy a olvidarte, pero como con muchas otras cosas que intento meterme en la cabeza, es mentira.

Me gustaría poder teletransportarme y verte aunque al menos fuera por un segundo. Aunque estuvieses enfadado y me dijeses que me odias. Aunque supiera que ya nunca nada iba a ser lo mismo después de asimilar tus palabras de una vez por todas. Sé que no puedo pero me gusta soñar. Incluso me gusta hacerme daño recordando tu risa y cómo me decías que me querías. Me gusta pensar en aquella tarde en mi sofá cuando apenas nos conocíamos y estuvimos abrazados, sin decir nada, algo más de media hora. Soy automasoquista y no puedo remediarlo. No puedo remediar echarte de menos. No puedo evitar quedar como un gilipollas escribiéndote palabras que tú ni siquiera lees y que probablemente, ya  ni siquiera te importen.

He perdido este juego  y ya no puedo hacer nada para darle al botón de reset. Puede que ya no haya nada que hacer pero sólo quiero que sepas que por mucho que haya desaparecido de tu vida y por mucho que me odies, te tengo guardado un sitio al lado de mi en la cama que siempre está ahí, y que le sigo echando tu colonia a mi peluche favorito con el que duermo todas las noches.


martes, 19 de febrero de 2013

Llueve


Hay días en los que me levanto deseando que sea el verano pasado. Antes de despertarme cierro los ojos muy muy fuerte con la ilusión de que, de repente, me levante a tu lado porque sí. Y sé que no va a pasar, pero así al menos si me vuelvo a dormir puedo volver a soñar con ese nosotros en pretérito perfecto simple.

Hoy es un día gris y parece que esta puta mierda de lluvia me ha hecho acordarme de tus tonterías, de cómo me hacías reír y cómo ponías esa cara de idiota cuando te decía que te quería. Y este fin de semana te lo volví a decir pero esa cara estaba muerta. Y no entiendo por qué. Que sé que me echas de menos y tu sabes que yo a ti. Que sólo me apetece que lluevan mil diluvios si hace falta, pero que estemos tú y yo debajo de ellos.

Se nos han acabado las palabras. Y ahora te toca repetir “olvídale” hasta que te creas que has podido llegar a hacerlo, y puede que lo consigas. Y sé que quieres conseguirlo y cada vez que lo pienso es como si me cayera en medio de esta lluvia y tú no me ayudases a levantarme. Me gusta pensar en lo fácil que podría ser todo si lo quisiéramos, si nos dejásemos de tonterías e hiciésemos lo que se nos daba tan jodidamente bien: querernos.

Hoy llueve y me acuerdo de ti. Hoy te echo de menos. Hoy me gustaría que estuviéramos juntos. Desde que te ví he querido que estemos juntos.

Espero que estés bien. Y que sepas que por mucho que llueva, por mucho que no sepamos nada el uno del otro y por mucho que pase el tiempo, aquí estaré.

 ¿Ese era el plan, no?


martes, 12 de febrero de 2013

Dos palabras que echo de menos oírte.


Todo está jodidamente difuso y de sobra sabemos por qué. Yo he dejado llevarme por esa hija de puta que algunos llaman “Noche” y no he actuado como tenía que actuar. Ahora todo parecen lágrimas y llantos pero lo peor es el silencio. Nos ha inundado y parece que no se quiere ir. Está pegado a nuestros cuerpos como el alquitrán y no quiere despegarse. Quiero echarlo, sacarlo de nosotros pero tú no me dejas. Y claro, él no dice nada porque está muy a gusto comiéndose tus dudas y destruyéndonos a los dos.

Se supone que ya es hora de que quite todas las fotos que tengo de ti en mi habitación. Iba a decir “de nosotros” pero esa palabra ya ha desaparecido. Ya no existe. ¿De verdad que no? Me lo pregunto ocho millones de veces al día y la respuesta sale poco a poco por mis ojos y cae hasta mi barbilla. Intento deshacerme de ella antes de que baje por toda mi cara, con la ilusión de que al hacerlo todo volverá a la normalidad. Pero es mentira. Y ya sé que lo es pero ahora lo único que puedo hacer es comerme mis actos y vomitarlos en forma de respuestas que puedan hacer que sea una persona mejor. Y eso es lo que no dejo de hacer.

 Me engaño. Claro que me engaño. Ya me conoces, siempre me gustó pensar en que íbamos a estar para siempre y en que pasara lo que pasara o yo te iba a enterrar o tu me ibas a enterrar a mi. Éramos así de inocentes. Éramos así de felices. Y ahora de repente tu ya no quieres saber nada. Sé que me he comportado como un hijo de puta, que prometí cambiar y darte lo que tu necesitabas pero cometí el error de tropezarme con la estupidez y ahora que estoy en el suelo me está devorando. Me come y me duele. Le digo que pare y a veces funciona, pero ni las tardes con amigos ni las dos (o cinco) copas de vodka de más hacen que me olvide de lo mucho que te quiero.

Sé que no puedo pedirte nada y sólo quiero que sepas que por mucho que tu estés haciendo un esfuerzo por recuperar tu vida (sin mi), yo seguiré esperándote el tiempo que haga falta. Que por mucho que ese tren haya zarpado y tú estés en él voy a seguir corriendo para cogerlo. Que sé que es muy difícil que alguna vez logre alcanzarte, que aún necesito cambiar muchas cosas de mi para poder lograr volver a suspirarte un “Te he echado tanto de menos que he llegado a creer que me moría” o un “que sepas que no te voy a volver a dejar escapar vayas dónde vayas”.

Que tu y yo decíamos que éramos infinitos y eso que a mi se me daban mal las mates. Yo pensaba que iba a ser para siempre y así sigo pensando. Y ahora es como si hubiésemos cortado el infinito en dos y sólo quedan dos mierdas ovaladas que por separado no valen absolutamente nada. Y esos somos tu y yo.

A mi me queda un largo camino por ser la persona que quiero ser pero sólo quiero que sepas que tarde lo que tarde, aun recordaré todos los besos en mi cama, nuestras reconciliaciones después de enfados tontos y sobre todo las últimas palabras que nos dijimos antes de que te fueras.¿Ese era el plan, no? Yo voy a cambiar y ya verás como para siempre nos parecerá demasiado poco tiempo. Porque nunca me parecerá suficiente y por que nunca habrá suficientes “te quieros” como para poder expresar lo que siento cuando me miras, se me encoge el corazón y pienso en la suerte que tengo, digo tenía, de estar contigo.

Te quiero mucho.

P.D: Que no se te olvide que sigo aquí, que sé dónde vives y a lo mejor algún día te hago una sorpresa y vuelvo a cambiar tu mundo. Ah, y que aún tengo la luna que prometí regalarte el día que nos conocimos.

lunes, 7 de enero de 2013

elige tú el título


¿Qué? No esperabas leer esto ¿verdad? Yo tampoco escribirlo. Llevo tu camisa azul puesta y como ya no huele a ti le he echado tu colonia. Y tú deberías estar aquí ahora mismo, tumbado conmigo en esa cama que puede contar mil y una de nuestras historias, pero que ahora no deja de preguntarme que dónde estás. Es una egoísta, te quiere toda para sí y de sobra puedo entender por qué. Dice que te echa de menos, dice que ya nada es lo mismo sin ti y que vuelvas ya; que necesita olerte, sentirte y que la beses hasta que te duelan los labios. Que escuezan y tú sufras. Que suframos porque nos hayamos besado tanto que nos duela hasta la conciencia por saber que nadie podrá sentir lo que nosotros sentimos cuando se unen nuestros labios.

Ayer llegué de viaje y mi madre me dijo que tenía cara de pachucho. Le dije que creía que estaba malito y se puso muy pesada con que me tomara algo. Ya sabes como es ella, perfectamente imperfecta. Le dije que no quería, que sólo había una persona en el mundo que pudiera hacer que alegrara esa cara y que me encontrara algo mejor, y que ahora mismo estaba a quinientos muchos kilómetros de distancia. (Y a otros quinientos mil mentales, pensé yo)

Quizá sin ti el mundo se vaya a la mierda. Sí, EL mundo. Porque yo el único mundo que conozco es el nuestro. Y ahora vienes tú y me dices que no puedes más, que te has cansado de todo y que no tienes ni la mínima puta idea de qué cojones va a pasar. Que no me echas de menos. Que nada es lo mismo. Que ya no quieres estar conmigo. Vale no. Eso último no. ¿Pero y si algún día llegas a decirlo, qué se supone que tengo que hacer yo? Eres un grandísimo cabrón. Por tu culpa me enamoré y ahora ya no puedo hacer nada. Da igual a dónde vaya que tu vienes conmigo porque ya eres parte de mi, y me gustaría poder vomitarte, escupirte  y que te quedaras esparcido en el suelo como una jodida mancha. E irme, dejarte atrás y todo lo que ello conllevase. Pero no puedo. Ya no.

Me he desenamorado de todos los tíos que he conocido y todo es por tu culpa. Ni siquiera soy la persona que era antes. ¿Qué me has hecho? Ya no entiendo porque no puedo vivir sin pensar en tus abrazos. Son jodidamente adictivos y probablemente no soy el primero que se ha dado cuenta. Eso sí, voy a ser el último y tú te vas a aguantar y a vivir con ello. El primer día que te conocí te dije que era muy difícil estar conmigo, casi imposible, pero lo que tu no sabes es que al mismo tiempo pensé que si no tenías los huevos de aguantar a un niñato caprichoso de 15 años, tampoco tenías derecho a ver como era en realidad.

¿Dónde estás? ¿Dónde estamos? Respóndeme por favor, que he perdido la noción del tiempo y sólo sé qué día es cuando cuento lo que queda para vernos. Pero es que ahora ya ni eso. Ahora todo está frío y tu no dejas de repetir las mismas putas palabras. Y yo te dejo hablar, no me quito la camisa y me pongo a mirar el techo de mi habitación. Sólo tu sabes a qué me refiero cuando digo eso. Lo miro y pienso en lo bonito que ha sido todo, como hemos superado hostias gigantescas y otras no tanto pero ante todo, cómo no sabría describirte en palabras lo mucho que te quiero. No porque no las encuentre, sino porque nunca habrá palabras suficientes como para expresar lo que siento al pensar en nuestros besos en mi cama. Con o sin tu camisa azul.

Pero contigo.


Sólo contigo.